«Feisbuqueo», luego existo

Facebook y redes sociales
Esteman, canción «No te metas a mi Facebook».

Para muchos no figurar en Facebook, es no existir. Es una manera de estar vigentes socialmente y sentirse importantes, apreciados y aceptados. Hay que subir el número de amigos, aunque ni siquiera se platique con ellos.

“Ni me pidas porque no te vuelvo a aceptar” me advirtió con tono radical Cassandra cuando estaba a punto de decirle lo mismo. Yo no quería saber si ella salió a una fiesta y si la pasó bien. Tampoco deseaba enterarme si le escribió algún amigo que conoció en España y mucho menos si un ex novio le envió mensajes felicitándola por su último trabajo periodístico.

Ambos habíamos cuestionado a las personas que viven pendientes de Facebook, porque muchos de ellos malogran su tranquilidad por lo que leen e interpretan. En estos tiempos modernos, a raíz de la proliferación de redes sociales en la Internet, las relaciones personales, familiares y amistades (como ella y yo) se transforman.

En ciertos casos son supeditadas y sojuzgadas de acuerdo a lo que fluye en los portales virtuales. A pesar de creerme civilizado, en un arrebato de orgullo la eliminé a ella, a sus amigas y a su familia de Facebook. El término “eliminar” es cruel, porque es como matar algo. Antes de tomar esa decisión infantil, me ufanaba de mi supuesta madurez para ver sus álbumes de fotos y leer los mensajes “insinuantes” (de acuerdo a mi) que le dejaban sus amigos.

Poco a poco me he dado cuenta que esa página es un pasatiempo que se convierte en adicción enfermiza. No sé para qué tenemos que anunciar nuestro estado de ánimo y sentimental, si es con el fin de recibir compasión o con el propósito morboso de echarles en cara a los solitarios que tenemos pareja y no estamos vacíos como ellos.

Cuando resolví “feisbuquear” comencé paranoico pero, al pasar los días, me abrí al mundo virtual como si todos fueran verdaderos amigos. A muchos ni los conozco, pero saben más de mis actividades que mi propia familia. Por lo menos se enteran dónde podría estar el fin de semana, aunque, de todas las invitaciones que acepto, a ninguna puedo ir por el trabajo.

Las redes sociales vulneran la intimidad y sin lugar a dudas están siendo utilizadas de una manera irresponsable y peligrosa.

Les voy a contar una historia real que ocurrió en Colombia: A principios de septiembre de 2009, Ana Chávez conoció a dos hombres por Facebook, quienes la convencieron de visitarla y ella aceptó. Pocas semanas después llegaron a su apartamento en Bogotá, le robaron y la mataron ahogándola con una almohada. Los criminales fueron arrestados.

Para muchos no figurar en Facebook, es no existir. Es una manera de estar vigentes socialmente y sentirse importantes, apreciados y aceptados. Hay que subir el número de amigos, aunque ni siquiera se platique con ellos.

El incidente lamentable con mi amiga Cassandra, me hizo reflexionar sobre esta alucinación que sufrimos los usuarios de Facebook. Estamos aletargados e hipnotizados por la “gran familia” virtual. Por lo menos, yo me siento así.

Reconozco que mi vida personal y algunas relaciones se han dañado por culpa de ese portal social; que mi corazón ha sufrido innecesariamente, cada vez que mi mente inventa situaciones inexistentes en el momento en que veo fotos o mensajes en el muro de las personas que me interesan y que he estado a punto de perder a seres queridos, por el sólo hecho de sentir celos virtuales.

Sin embargo, retirarme sería pasar al anonimato, porque si no “feisbuqueo”, no existo.

Raúl Benoit
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Raúl Benoit

Periodista y escritor colombiano de origen francés. Se ha destacado en televisión latinoamericana, como escritor de libros y columnista de periódicos del mundo.

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