Navidad, ¿dulce navidad?

Vale la pena poner en armonía nuestro espíritu. Que la caridad sea lo primero. No dañemos premeditadamente a los demás. No hagamos trampa ni engañemos con el pretexto de que es por el bien propio o de alguien más.

Navidad

Arrollados por la propaganda consumista, el desenfrenado deseo de tener más y más, lo mejor del mercado y con la envidia oculta de poseer lo del vecino cueste lo que cueste, muchas personas llegan a esta época navideña padeciendo crisis de fe y por consiguiente de emociones y sentimientos, que les hace arrugar el corazón sin percibirlo.

Algunos me dirán que mi retrato es exagerado pero, en las últimas décadas hemos visto cómo se transforman las tradiciones religiosas que antes permitían la unidad familiar, por ejemplo, en las novenas o las posadas, las nueve noches de cánticos y rezos previos a la natividad, lo cual llenaba los espíritus de paz y armonía.

Ahora son festejos donde abunda el licor y la comida que enferma. Hace parte de conmemoraciones comerciales, como el día del amor y la amistad, de la madre o del padre, fechas que enriquecen a multinacionales en los Estados Unidos y China y nos dejan vacíos anímicos y grandes deudas en enero, en el caso de la navidad.

Ese mercado degradante nos aleja de la esperanza, de la compasión, la misericordia e incluso de la tolerancia. La palabra aguinaldo, agregada a la novena, transformó el acto de fe humano en un simple negocio anual. La agresividad en los estacionamientos de los centros comerciales y el atropello hacia el prójimo transfiguran la navidad en una competencia vergonzosamente feroz.

Cuando pequeños nos emocionaba a mis hermanos y a mí, la aparición del niño Jesús en el pesebre a medianoche del 24 de diciembre y el andar mágico de los reyes magos, acercándose día tras día al establo donde la historia cuenta que María dio a luz al Mesías. Sabíamos que los reyes llegaban el 6 de enero pero tercamente preguntábamos cuándo, una y otra vez. Nuestras inquietudes y los cuestionamientos a mamá se fusionaban de una manera alegre e inocente sobre esa compleja y divina tradición bíblica.

Pero todo ha cambiado. Muchas familias fingen unión, pero en el fondo de sus corazones permanecen disgregadas y resquebrajadas, llenas de rencores, envidias, secretos pecaminosos y tratando de competir entre sí, olvidando la fraternidad. Sin lugar a dudas, hoy día el egoísmo embarga muchas almas.

Se perdió la consideración y la caridad con los ancianos, los padres, los abuelos, tíos y parientes solitarios. A la gente no le quita el sueño abandonarlos. Visitarlos es una carga que no se sienten obligados a cumplir. La tristeza y la soledad de muchos de nuestros patriarcas familiares es una sombra que persigue en la vejez.

Al comenzar diciembre, un comercial de televisión de un almacén de cadena me hizo reflexionar: “Lo que importa son los regalos”, dijo la modelo con un rostro enajenado. No. Está equivocado el mensaje: lo significativo es el encuentro en familia, las sonrisas, los abrazos, el cariño y la dulzura; lo sustancial es dar amor y no gastar tanto dinero en lo que no necesitamos, derrochándolo para quedar bien o para comprar cariño de los demás. Un regalo no demuestra el amor.

Más allá de mi queja del cambalache de lo espiritual por lo material, les sugiero recapacitar qué hacemos mal en la vida cotidiana.

Por ejemplo, el dinero que se consigue maltratando y abusando de los trabajadores no es honesto. ¿Con esa plata mal ganada damos regalos en navidad? Las mentiritas piadosas no son tolerables porque al final son falsedades que le hacen daño a alguien. Abandonar a nuestros ancianos es malo. La falta de caridad es inmoral. Ser arrogantes y soberbios es pecado. La codicia es perversa. El odio es dañino para la salud mental y física. Humillar al prójimo o provocar envidia a los demás es ruin. Enseñar a los hijos a despreciar a la familia o a los amigos es mezquino. Obligar a que lo amen a uno a la fuerza, es egoísta.

Vale la pena poner en armonía nuestro espíritu en esta época navideña. Que la caridad, la compasión y el respeto por los demás sea lo primero. No perjudiquemos premeditadamente a quien no nos ha hecho daño. No hagamos trampa ni engañemos con el pretexto de que es por el bien propio o de alguien más.

Y esto va, no solo para los incrédulos que se hacen llamar así mismos ateos o agnósticos, sino también para aquellos que transformaron la Natividad en un mercado de banalidades: Sean verdaderos o no los relatos bíblicos sobre el nacimiento de un niño llamado Jesús, la tradición ha dejado un legado de coincidencias positivas, sensitivas y maravillosas, que se marcan de manera indeleble en los seres en la tierra: ablanda corazones, une a la familia y transmite paz y felicidad a los espíritus. No debemos cambiar y esconder esa fortuna que nos regala la energía cósmica y que nos hace más humanos. Feliz Navidad.

Raúl Benoit
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Raúl Benoit

Periodista y escritor colombiano de origen francés. Se ha destacado en televisión latinoamericana, como escritor de libros y columnista de periódicos del mundo.

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