Los rumores se paseaban entre las bancas de su iglesia. A baja voz las muchachas que asistían a la misa dominical lo comentaban con la gracia pícara que tienen las jóvenes, olvidando por momentos que estaban en la casa de Dios.

Yo soy católico pero no beato. Voy al servicio religioso de la iglesia San Francisco de Sales en Miami Beach de vez en cuando y me gusta el predicado de este Hombre, ahora satanizado. Y escribo Hombre con mayúscula para dejarlo claro.
Alberto Cutié, conocido popularmente como el Padre Alberto por sus programas de radio y televisión y consejos familiares en los periódicos, siempre fue más hombre terrenal que clérigo sublime: guapo, moderno, con carisma mediático y joven.
No por estas cualidades humanas se debe juzgar al sacerdote que enseña la palabra de Jesús maravillosamente y además, que por años fue la cara amable, en el sur de la Florida, de la iglesia católica, de la cual pienso que conserva ideas arcaicas.
Verlo en una revista farandulera, besando y sobando la parte baja de la espalda a una mujer a quien displicentemente los medios de comunicación llaman amante, en vez de escandalizar debe servir de reflexión para analizar el papel de esta institución religiosa en la sociedad, porque para mi opinión se quedó rezagada en tiempos pretéritos, sin intenciones de modernizarse.
Entonces, no hay que juzgar al Padre Alberto, sino al anacrónico sistema de la entidad que representa.
El voto de castidad es uno de esos anacronismos. De acuerdo a muchos estudios actuales y antiguos, el celibato no fue una recomendación de Jesús, sino una imposición posterior de jerarcas que acomodaron las normas a intereses del poder político y económico. Otros confirman esta creencia al decir que es una disciplina personal y no una doctrina dictada por la Biblia.
En forma privada muchos curas hablan que el celibato se mantiene para evitar los costos financieros de sostener una familia, pero considero que esta es una teoría demasiado prosaica. Si eso es lo que mueve el corazón de la iglesia, escojo no volver a misa en señal de protesta.
Los que defienden la norma citan al apóstol Pablo quien aconseja a los hombres quedarse como él, sin matrimoniarse, siempre y cuando tengan el don de ser célibes, ya que «es preferible casarse que consumirse en la pasión» (1 Corintios: 7-9).
La iglesia católica se quitaría muchos dolores de cabeza, demandas y dejaría de perder curas y feligreses si se reformara a fondo. Es probable que si se convoca a un concilio Vaticano algún día, se resuelva este asunto del celibato convirtiéndolo en una opción y quizás se tomen otras disposiciones como ordenar sacerdotisas.
El Vaticano reconoce que alrededor de 80 mil ex clérigos se han casado, aunque hay estadísticas de 150 mil sacerdotes que colgaron los hábitos para irse con una pareja, hombre o mujer. ¿Esta cifra no preocupa a la Santa Sede?
Mantener el celibato obliga a muchos curas a convertir sus amores y las “tentaciones” que surgen debajo de la sotana, en pasiones clandestinas. En esa vida secreta, tal vez tengan relaciones sexuales con una enamorada, muchas veces procreando hijos (bastardos como la iglesia los llama en forma denigrante), y en otras ocasiones llegando a ocultar su orientación sexual, y lo aberrante, algunos escondiéndose en la sacristía para desahogar sus instintos carnales con menores de edad.
Al Padre Alberto hay que perdonarlo por no haber tenido la valentía de avisarle a los feligreses la decisión de dejarse seducir por “otra”, diferente a la Iglesia, porque lo que hizo, para muchos de sus seguidores, es un acto de adulterio como quien engaña en un matrimonio; sin embargo, a todos los que han puesto el grito en el cielo por sus debilidades, les sugiero que se atrevan a tirar la primera piedra a ver si son capaces.
Alberto Cutié tiene derecho a ser feliz y hay que agradecerle su contribución al fortalecimiento de la fe, a pesar de que ciertos fieles ahora lo miren con ojos censuradores.
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