Señales ignoradas de un «problemita»

Señales ignoradas de un problemita - Columna Raúl Benoit

Lo que les voy a contar no es un cuento feliz, sino una historia triste.

Cuando era joven, hace más de 20 años, y disfrutaba de una vida más o menos tranquila en mi ciudad natal, Cali, Colombia, escuchaba constantemente de un “problemita” que tenía Estados Unidos con el aluvión de drogas que conducía a  parte de su sociedad, y más a su juventud, a un abismo infernal. Se oía que todo era culpa de unos cuantos países suramericanos que la producían. En aquel tiempo sentí vergüenza por algo que no era mi culpa, hasta que escuché las palabras de uno de mis profesores que me dijo con énfasis cómo las propias políticas estadounidenses contra las drogas ilegales hicieron que creciera ese “problemita”, pero además me expresó con singular propiedad: “a esos gringos les encanta endrogarse y allí está el meollo del asunto”. Hoy día sé muy bien que así es porque resido en Estados Unidos.

En los años setenta, la producción y distribución de las llamadas drogas duras: cocaína y heroína, estaba tan lejana territorialmente para los norteamericanos, que no hubo preocupación doméstica. Los cultivos y laboratorios quedaban en un barrio distante. Desde Perú y Bolivia, mafias norteamericanas enviaban los cargamentos y tímidamente los colombianos comenzaban a ingresar al negocio como intermediarios.

Después, en los ochenta, los colombianos aprendieron y se convirtieron en los dueños del negocio. Ya el “problemita” estaba más cerca del barrio de los estadounidenses. Entonces, comenzaron a preocuparse un poco más y se inició la guerra contra las drogas.

Mi ciudad dejó de ser el remanso de paz de mi infancia. Sufrimos criminalidad, violencia desmesurada y aportamos millones de centímetros cúbicos de sangre. Esa cruzada la perdieron los estadounidenses con soldados y pueblo colombiano en el frente de batalla e irónicamente ayudó a vigorizar a la guerrilla comunista y a los paramilitares de derecha que descubrieron cómo explotar la mina de oro. Pronto el negocio se fortaleció y la guerra de guerrillas en Colombia se volvió imparable.

El “problemita” comenzó a dar señales que daban miedo. En los noventa, cruzó las calles y llegó a Honduras, Guatemala y México. Estaba en los barrios de al lado. Como buenos alumnos, los mexicanos aprendieron los métodos para negociar, desde comprar la droga a la guerrilla y a los paramilitares colombianos, hasta corromper a las autoridades y matar sin distinción. Al comenzar el siglo veintiuno, alcanzó la frontera. Las bandas de “coyotes” supieron que podían ganar miles de dólares más sin siquiera hacer un gran esfuerzo. Inicialmente probaron con ciertos indocumentados, los más incautos. El transporte no cuesta nada, es gratuito, porque le cobran al ingenuo inmigrante por traerlo a cumplir su sueño y a unos cuantos les exigen cruzar el desierto llevando a cuestas un paquete que esconde la droga maldita, sin que ellos sepan.

Son señales que nunca vieron los dirigentes de Estados Unidos. La ignorancia de esas señales produce coraje, porque al no verlas que se avecinaban, tampoco distinguieron el momento en que el “problemita” llegó al patio de atrás. Amenazador, cruzó por la sala, el comedor y las habitaciones de esa gran mansión llamada Estados Unidos y arrasó con los sueños de muchos de sus hijos y nietos. Las drogas duras y blandas están al alcance de todos y todavía los dirigentes estadounidenses siguen creyendo que el “problemita” está en los países productores. ¡Qué ciegos están!

Aunque me califiquen de pesimista, les aseguro que la guerra contra las drogas nunca se ganará. Ya está perdida desde que se ignoraron las señales que anunciaban el peligro. Y no la perdieron ellos solos, sino la sociedad en general. La perdimos todos cuando la gente se hizo de la vista gorda con su juventud drogada. La perdimos cuando ignoramos que nuestros hijos la consiguen en las puertas o sanitarios de las escuelas camufladas en dulces; la consiguen en los centros comerciales a la vista de todo el mundo y en las discotecas donde nadie vigila porque para algunos hacerse de la vista gorda es rentable.

Hay que atacar “el meollo del asunto”, como decía mi profesor: a “los que les gusta endrogarse”. Tenemos que enseñarles el peligro en que están.

De una vez por todas, debemos tomar por los hombros a los dirigentes norteamericanos y zarandearlos y decirles lo equivocados que están. Que la guerra contra las drogas la perdimos porque ellos relegaron a sus vecinos al papel de culpables, sin percatarse que en su propia casa está el “problemita” y es doméstico. Más bien debieron de hacer inversión social, venciendo la pobreza de los “barrios de al lado” y así se hubiera comenzado a ganar la guerra sin tanto costo.

Raúl Benoit
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Raúl Benoit

Periodista y escritor colombiano de origen francés. Se ha destacado en televisión latinoamericana, como escritor de libros y columnista de periódicos del mundo.

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