Felipe VI tendrá que luchar contra graves problemas que agobian a la España del siglo 21. Por ejemplo, el desempleo que supera los 6 millones de parados. Por otra parte, deberá lidiar con las ambiciones separatistas catalanas y vascas, que seguramente se agudizarán en esta coyuntura histórica.

Tengo la leve sospecha que las ovaciones al Rey Juan Carlos I en sus últimas salidas en público, después de abdicar al trono, son más de felicidad que de agradecimiento. El regocijo es porque se va.
Desde hace varios años muchos españoles cuestionan la necesidad de sostener un sistema monárquico costoso y prácticamente inoperante.
Cada año la monarquía recibe cerca de 8 millones de euros que lo usa con libertad. Pero hay otros rubros aportados por los ministerios, que al sumarlos son exorbitantes. La Casa Real le costó al Estado, solo en 2013, más de 50 millones de euros. No es ninguna bicoca. Y lo peor es que, la mayor parte de esa plata, se desconoce en qué se gasta.
El rey es el jefe de Estado del país. Comanda las Fuerzas Armadas y quizás por este rango tiene que hacer prácticas de tiro contra los elefantes en África, continente que siempre ha sido como el patio trasero de la monarquía. En el pasado, secuestraron a hombres de raza negra para esclavizarlos.
Las armas han sido el peor estigma de Juan Carlos que guarda en su conciencia la muerte de su propio hermano. El 29 de marzo de 1956, cuando tenía 18 años, se le disparó un revólver mientras jugaba con Alfonso, quien murió en el acto.
Se destaca en la biografía del Rey Juan Carlos I, un importante legado que vale la pena rememorar porque las nuevas generaciones no entienden ese “protagonismo insustituible”, como lo dijo en un reciente artículo en The Wall Street Journal el ex presidente de gobierno José María Aznar. Se refirió a la transición hacia la democracia después de Franco, lo cual algunos aplauden pero otros lo critican y condenan. Aseguran que fue cómplice de crímenes y fraguó la impunidad a favor del franquismo.
Dicen que un rey debe tener una conducta ejemplar. Sin embargo, el reinado de Juan Carlos, además del mal uso de las armas, estuvo plagado de escándalos. Uno de los más vergonzosos fue el protagonizado por su yerno Iñaki Urdagarin, esposo de la infanta Cristina, acusado de fraude. También los enredos amorosos mancharon al Rey que fue un Playboy magistral. Su último flirteo conocido fue con la princesa alemana Corina, asuntillo que los españoles no le perdonan.
Para convencerse los españoles repiten que la monarquía es símbolo de unidad. No estoy muy convencido de que exista esa unidad precisa. Las protestas, donde ondean las banderas republicanas, comienzan a llenar plazas. Estoy de acuerdo con estos vanguardistas quienes razonan que, en estos tiempos donde las condiciones sociales y políticas son distintas, las monarquías resultan anacrónicas e incongruentes con la realidad. Las monarquías son oligarcas y excluyentes.
Sin embargo, aunque el mundo ya no esté para coronas, también tengo la leve sospecha que en un referéndum no ganarán los antimonárquicos, entonces esos españoles tendrán que aceptar al nuevo Rey Felipe VI, quien enfrentará una difícil tarea de recuperar la credibilidad y el decoro, dilapidados por su padre, y de ese modo ejercer con más dignidad el cargo.
Asimismo, Felipe tendrá que luchar contra graves problemas que agobian a la España del siglo 21. Por ejemplo, el desempleo que supera los 6 millones de parados. Por otra parte, deberá lidiar con las ambiciones separatistas catalanas y vascas, que seguramente se agudizarán en esta coyuntura histórica.
Suerte al Rey, aunque quizás no la necesite porque como Príncipe se ha lucido y es muy popular. Además, tiene fama de pragmático y serio.
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