Cuando matar se convierte en una forma de corregir un pueblo, o se hace por culto religioso o por poder, la vida pierde valor.

Cuando era niño, en la década de los 70, jugar a policías y ladrones consistía en recrear escenas de series de televisión como “Kojak”, un hombre incorruptible que luchaba contra los maleantes.
Mis amigos y yo reñíamos por protagonizar al personaje del bien que detenía el mal. Por mi cabeza jamás pasó la idea de que mis pistolas inventadas de un pedazo de árbol fueran a lastimar de verdad. Fue un juego y lo más que podía improvisar era una caída al suelo gritando “ay, me morí”.
Hoy día los niños y jóvenes quieren vivir experiencias más reales y las diversiones tienden a ser muy violentas, tan vivas como “Paintball”, los juguete que disparan balas de pintura o los sangrientos videojuegos, donde los héroes son narcotraficantes que matan policías y el premio virtual es recibir armas sofisticadas y letales.
Los papeles se han invertido y las nuevas generaciones ya no quieren ser los buenos de las películas.
Algo malo está sucediendo en la sociedad actual, donde la apología de la violencia y la cultura de la muerte son el pan de cada día.
En la encíclica “El Evangelio de la Vida” (Evangelium vitae), el papa católico Juan Pablo II, advirtió sobre esta peligrosa manera de culturizar la muerte.
Cuando matar se convierte en una forma de corregir un pueblo, o se hace por culto religioso o por poder, la vida pierde valor.
Las guerras son un mal ejemplo de cómo invadir naciones y eliminar gente, de acuerdo a esa teoría, es necesario para “un mundo mejor”. ¿Para quién?
En las últimas semanas hemos visto con horror noticias sobre niños que matan a otros.
Estuve en Fresno, California, investigando cómo un joven quinceañero abusó sexualmente, ahogó en una tina de baño y escondió el cuerpo en una secadora, de un niño de 4 años de edad.
En octubre pasado, en San Martins, Missouri, Alyssa Bustamante de 15 años, le cortó la garganta y apuñaló a su vecina Elizabeth Olten de nueve años, sólo para saber qué se sentía matar alguien. En Coral Spring, Florida, un adolescente de 13 años, en un arrebato de ira, le enterró un cuchillo en el pecho a su hermano de 12, por el volumen en su computadora. En la misma ciudad, un mes antes, en septiembre, otro niño de 12 años, persiguió a un vecino de 13 y lo apuñaló en el estómago y él mismo se enterró el arma gritando que quería morir.
Están aprendiendo algo malo. ¿De quién? ¿Somos los medios de comunicación responsables o los padres que permitimos a nuestros hijos recrear la muerte en videojuegos?
“Caín se lanzó contra su hermano Abel y lo mató”, se lee en la Biblia en Génesis 4, 8. Algunos interpretan que fue por envidia, otros aclaran que desconocían lo que era la muerte y jugando accidentalmente lo mató. Este hecho bíblico, es considerado la raíz de la violencia contra la vida.
Un factor relevante es la ausencia de Dios en la familia. Mi madre decía que “una familia que reza unida permanece unida”.
Los padres debemos pensar en el daño que podríamos estar haciendo a nuestros hijos al obsequiarles juguetes que hagan apología de la violencia y a la cultura de la muerte, en especial los videojuegos con imágenes explícitas.
Reflexionemos en esta navidad y regalemos vida y no muerte.
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