Salvan vidas en las emergencias; comunican al instante a familias separadas; pero contradictoriamente son utilizados por bandidos para hacer fechorías; han sido causa de peleas, divorcios, rompimientos de matrimonios y noviazgos, y hasta despidos de empresas.

En el semáforo, esperando el cambio de luz, una hermosa mujer de un vehículo a mi derecha, me miró fugazmente y de su boca surgió una sonrisa sensual. Yo, con mis cuatro décadas a cuestas, olvidé rápidamente mi complejo de “viejo verde”, que un hombre empieza a sentir, insensiblemente como un castigo, cuando las canas asoman. Pero, además, al ver semejante aparición, imaginé ver en sus labios un movimiento y sin dar tiempo a procesar la idea en el cerebro, supuse que decía: ¡qué guapo!
Al lado izquierdo de mi automóvil, otra mujer, pero contemporánea mía, mirándome con ojos de fuego, la vi musitar un insulto, pero no, fue mi complejo de culpa que me hizo adivinar eso. La señora hablaba por su “manos libres”, en lo que parecía una discusión, por la expresión frenética. Todavía entusiasmado, volteé a mirar a la despampanante vecina de la derecha y comprobé que ella también mantenía una intensa conversación, pero alegrísima, a través del aparatito llamado “Bluetooth”.
En medio de mi fiasco, distraído, por poco me embuto debajo de las llantas de un camión, que me topé frente a mí, cuando volví a la realidad. ¡Con razón dicen que los teléfonos celulares son un peligro mortal! En mi recreo visual seguí viendo expresiones de la gente: unos con cara de conversaciones triunfantes; otros parecían recibir noticias de un negocio malogrado; más adelante una señora que, con toda seguridad, estaba contando un chisme y enfrente, supuse que una mujer daba instrucciones de cómo preparar el almuerzo.
Concluí que los benditos celulares son tan necesarios pero irónicamente muy peligrosos.
Salvan vidas en las emergencias; comunican al instante a familias separadas; pero contradictoriamente son utilizados por bandidos para hacer fechorías; han sido causa de peleas, divorcios, rompimientos de matrimonios y noviazgos, y hasta despidos de empresas.
Un amigo me narró que se le marcó el teléfono de su director cuando él y sus compañeros criticaban el “terrorismo laboral” de su jefe. Sufrieron represalias. He oído de mujeres que escuchan a su esposo (o viceversa) en una conversación íntima y personas que han perdido un negocio porque el cliente oye accidentalmente: “ese desgraciado hp… ambicioso, nos hizo una oferta baja”. Pero hablar por celular no solo es peligroso, sino que muchas veces es maleducado.
Maleducados los que lo usan sin vergüenza en sitios públicos, restaurantes, consultorios y hasta en iglesias. Maleducados los que vociferan para mostrarse importantes en una transacción comercial o sentirse muy hombres desnudando a voces su última conquista femenina. Maleducados y desafiadores los pasajeros de aviones que, a pesar del anuncio de no encender el celular, lo hacen. Maleducados y temerarios son los que conversan conduciendo y se distraen.
Un estudio reciente de la Universidad de Utah, Estados Unidos, registró que quienes hablan por celular reducen los tiempos de desplazamiento de los otros conductores entre el 5 y el 10 por ciento. Estudios adicionales concluyen que manejar dialogando por celular es tan peligroso como andar borracho.
Los celulares cambiaron la vida y habrá que resignarse con lo malo y sacar provecho de lo bueno. Los gobiernos tendrán que regular el uso para acabar con los maleducados y con los irresponsables que arriesgan la vida hablando sin precaución.
En algunas partes del mundo como Estados de Nueva York, Nueva Jersey, Connecticut y Washington DC prohíben usar celular cuando se conduce. California aplicará sanciones, a partir de julio de 2008.
Aquella vez de mi frustración con la despampanante mujer que jamás me piropeó, continué la tarea de ver cuántas personas conversaban por celular y comprobé que, en ese instante, yo era el único que no lo hacía, pero hacer parte de la estadística minoritaria duró poco, porque pronto recibí una llamada de mi hija de 6 años, quien ya aprendió a usar el bendito celular.
Imagínense que el actor Robert Redford proyecta producir cortometrajes para los celulares. Los infieles son felices porque pueden encubrirse… (otro día les sigo el cuento… me llamó mi jefa… por celular).
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