En esta época navideña, en donde muchos pretenden ser generosos, tenemos una oportunidad de practicar la caridad. Empecemos por derrotar la indiferencia.

Paseando con mi hija Michelle por un frívolo sector de Miami, ella fijó su mirada triste en un hombre de mediana edad quien leía un libro sentado dignamente en una banca. Llevaba zapatos gastados, pero bonitos, camisa a cuadros limpia y pantalón jeans.
A primera vista, su manera de leer y la distinción reflejada en él, no indicaban que tuviera desvelos. Pero no siempre la apariencia es real; a sus pies había escrito en un cartón: “Homeless, I am hungry” (Sin hogar, tengo hambre).
Como periodista he visto rostros famélicos en Latinoamérica y por lo tanto reconocí que esa persona sí padecía hambre.
Exenta de dudas, mi hija entendió el mensaje y me indagó por qué le faltaba la comida a ese señor, sin tomar en cuenta que fuera, en apariencia, un decente ejecutivo enfrentado al infortunio. Si todos conserváramos la inocencia infantil, con seguridad podríamos practicar la compasión humana sin dificultad y los que padecen hambre recibirían la atención de una mano amiga.
Ignorándolo, pasaban frente a él, ciudadanos distinguidos que asistían a una feria de arte y hasta le tomaban fotos porque quizás creyeron que hacía parte de una “crítica social”. En esos eventos, con frecuencia, los artistas hacen ese tipo de expresiones para protestar por la falta de comida en el mundo.
Algunos cargaban pinturas o artefactos de artistas de renombre y tal vez por las costosas compras, ya no les alcanzaba el dinero para caridades. Pero sospecho que la mayoría ignoró al desamparado adrede. Era invisible para ellos.
La humanidad ya no se asombra por las cosas malas que ve. Se perdió la solidaridad ciudadana.
En mis elucubraciones me pregunté: ¿Si el hambre golpea a Estados Unidos, cómo será al resto del mundo?
El pasado martes 9 de diciembre de 2008, en Roma, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación –FAO-, anunció que 963 millones de personas padecen hambre cada día. Por lo menos 51 millones viven en Latinoamérica.
La FAO se había trazado un programa para reducir el hambre hasta 2015. Ese plan falló y ahora muchos lo ven como una quimera. Las perspectivas son desalentadoras para el planeta tierra, porque ante la dificultad económica habrá más gente viviendo en la miseria y con hambre.
Lo irónico es que la FAO dice que los precios de los alimentos bajaron desde principios de 2008, pero esto no solucionó la crisis alimentaria en países pobres.
Por otra parte, los campesinos no aumentaron su producción porque no pudieron sufragar los costos de las semillas y los fertilizantes, pero tampoco hay compradores, debido a que la plata no le alcanza a la gente para las necesidades básicas.
En esta época navideña, en donde muchos pretenden ser generosos, tenemos una oportunidad de practicar la caridad. Empecemos por derrotar la indiferencia. Podemos cambiar la invisibilidad del pobre y reprochar la imbecilidad de los ciudadanos ciegos ante la penuria ajena.
Con mi hija regresamos donde el desamparado y le regalamos una caja de alimentos que agradeció con una sonrisa. Ella dijo: La familia del señor tiene comida, ¿cierto? Preferí ignorar la cuestión para no aumentarle el sufrimiento.
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