
La sonrisa perversa de la mujer de seguridad me heló la sangre, sintiéndome el delincuente que los rayos equis atribuían.
A un lado, dejándola ver con propósito de hostigar, una caneca transparente mostraba cremas para las manos, dentífricos, yogures, perfumes y mucha agua envasada, que a otros pasajeros obligaron desechar.
Cuando salió mi maleta del temible túnel de rayos equis, la mujer de seguridad preguntó a viva voz: ¿De quién es esto? Un matrimonio retrocedió instintivamente diciendo en coro “no lo conocemos”.
El hombre de adelante se apresuró a re-empacar su computador y se calzó torpemente sus zapatos que expedían olor a rockefer. Recordé que pisé el camino que él pisó y me entró pánico urgente de comprar “Hongosán”, pero mi preocupación se esfumó cuando fui puesto en evidencia.
Para mi paranoico entender, juzgué que un hombre de la fila, introdujo artículos prohibidos en mi maletín que rescataría en el sanitario, mientras yo descargaría mi susto, pero no, él tenía la mala suerte de lucir cara de malvado. Todos los viajeros de la fila, algunos asustados, eran sospechosos. Mayormente turistas latinoamericanos que sentimos culpabilidad por lo que no hemos hecho.
En la banda rotativa un dudoso líquido blancuzco petrificó a dos guardias que re-juraron, escandalosamente, como lo hacen los cubanos con gracia, que algún arma química estaba siendo dispersada en el aeropuerto de Miami. Se equivocaron, era leche materna que se extrajo una mamá para darle de comer a su bebé en el avión. Ella, al ver todo desparramado, gritó: ¡que no se rompa mi bomba de lactancia! Al escuchar “bomba”, los cubanos huyeron despavoridos y se escondieron detrás del mostrador.
La mujer de seguridad se ensañó con mi maletín, porque los rayos equis me descubrieron en un acto clandestino de contrabando.
Luciendo una sonrisa maquiavélica que parecía pintada en su cara con ese propósito, comenzó a sacar públicamente asuntos íntimos: calzoncillos y medias; maquillaje para mejorar mi aspecto físico en la televisión; dos bananos y una bendita botella de agua, que olvidé sacar de mi maleta y arrojar a la aterrorizante caneca transparente. Este pequeño error lo vieron como una amenaza: ¡Es por la seguridad nacional!, me dijeron seriamente. ¿Y los bananos no los consideran amenazantes?, les pregunté con ironía.
¿Qué tiene de peligrosa el agüita envasada? Cuando he estado en otros países de Centroamérica o México, los funcionarios del aeropuerto, simplemente dicen: “tome un poquito” y me dejan llevar la botellita. Pero no, en Estados Unidos hay que botar a la basura el agua, por la amenaza terrorista.
Un viajero viendo mi vergüenza dijo: “es que en el gobierno tienen inversiones en las embotelladoras de agua, más que en el petróleo” y agregó “en los aeropuertos están asociados con los envasadores”. Eso no me consta. Pero lo que sí me consta es que el agua vale más que la gasolina. En promedio, un galón de agua cuesta hasta cuatro dólares en un supermercado, mientras la gasolina casi 3. Si me tocara llenar 20 galones de gasolina de mi automóvil con agua, me valdría 80 dólares. Si comprara el agua en el aeropuerto, donde una botella de medio litro vale dos dólares, llenar el tanque (74 litros, de acuerdo al galón estadounidense de 3,7) me ascendería a por lo menos 296 dólares.
La inversión para envasar agua es mínima y las grandes compañías que se apropiaron del negocio la obtienen de manantiales o pozos, pagándole al Estado sumas irrisorias por su explotación comercial, aunque las leyes de algunos países dicen que las aguas subterráneas son propiedad pública. Es como si el vecino sacará la leche de nuestra cocina y nos la vendiera en la sala.
Ese día que comenzaba un viaje de trabajo me agoté temprano por tanta tensión ante la “amenaza terrorista” que propicié.
Prometo que no lo vuelvo a hacer. Juro, si es necesario en corte, que no le haré daño a Estados Unidos que me acogió después de mi exilio. Prefiero morirme de sed, que atentar contra la tranquilidad de los viajeros.
- Bajo censura, prefiero no escribir - febrero 28, 2015
- Carta a Nicolás Maduro - febrero 21, 2015
- ¿Los indignados al poder? - febrero 14, 2015