Mi mamá diría: “te vas a meter en camisa de once varas”, porque escribir de religión es meterse en problemas.

No me confieso desde que cumplí 18 años. A esa edad, confundido, surgieron dudas teológicas, pero eso sí, sin perder la fe. Me parecía ridículo arrodillarme en esas cabinitas de iglesia y contarle al sacerdote mis andanzas juveniles, que no fueron muy pecaminosas porque era un joven relativamente sano. Desde entonces me confieso ante Dios.
Reflexiono sobre mi pasado porque supe que el Vaticano promulgó 7 nuevos pecados: manipulación genética; violaciones bioéticas; drogadicción y narcotráfico; contaminación ambiental; contribuir a ampliar la brecha entre ricos y pobres; riqueza excesiva y generar pobreza.
¿Cuánta penitencia pagarán los “nuevos” pecadores?
Imagino a un científico confesando la clonación humana: “acúseme padre de haber desperdiciado tres embriones para sacar uno bueno” y el sacerdote le responde: “perdonado en nombre de Dios; rece tres avemarías y un padrenuestro y deje de hacerlo”. O al dueño de una industria: “acúseme de lanzar al aire residuos químicos cancerígenos”. “20 avemarías y 15 padrenuestros y no lo vuelva a hacer”. “Acúseme de ser multibillonario, explotando a mis empleados”. “20 padrenuestros y una jugosa limosna”
La humanidad atraviesa una época donde se debaten nuevas formas de pecados sociales, los cuales, como los “viejos”, son un asunto de conciencia y moral. Ofendo a Dios cuando hago mal al prójimo, a la colectividad social, a la naturaleza y me daño a mi mismo.
Si cumpliéramos los 10 mandamientos de la Ley de Dios y si evitáramos infringir los 7 “viejos” pecados capitales, la iglesia no tendría que renumerarlos y reacondicionarlos al mundo moderno, que está más alocado que nunca y ciertamente disoluto.
Amarás a Dios sobre todas las cosas; no tomarás el nombre de Dios en vano; santificarás el día del Señor y honrarás a tu padre y a tu madre, son mandamientos que encierran la vida misma, el amor y el respeto por nosotros y los demás. Al cumplirlos, somos parte del reino de Dios que está en nuestro corazón.
No matarás: este mandamiento tiene que ver con el respeto a la vida y a la bioética. Pero, especialmente, atañe a los traficantes de droga, quienes llevan la muerte implícita en su negocio demoníaco.
No cometerás actos impuros: este aplica también a los experimentos genéticos, cuando no sirven para mejorar la vida o alteren su esencia. Son faltas a Dios si su propósito no es proteger al ser humano.
No robarás; no levantarás falsos testimonios ni mentiras; no consentirás pensamientos ni deseos impuros y no codiciarás los bienes ajenos, incluyendo al hombre o la mujer del prójimo (la iglesia católica no hace esta distinción), en mi opinión, aplican muy bien al narcotráfico y a las injusticias sociales y económicas, generadas por personas que se apropian del destino de sus familias, subordinados y pueblos; mafiosos, dirigentes corruptos y ricos ambiciosos sin responsabilidad social, que explotan a los demás y acumulan riquezas desmedidas.
Estos impenitentes, además, llevan sobre sus hombros los siete pecados capitales, burlándose de sus deberes religiosos: Lujuria, Gula, Avaricia, Pereza, Ira, Envidia y Soberbia. Respecto a nosotros los seres comunes: ¡Que levante la primera piedra quien no haya violado, uno o todos, de los anteriores!
En el caso de los pecados ecológicos me confieso: acúseme Padre de utilizar agua embotellada y desperdiciarla en casa; gastar gasolina inútilmente; despilfarrar papel; usar aerosoles que deterioran la capa de ozono y comer carne el viernes santo.
Muchos iremos al infierno y si tenemos suerte, al purgatorio. Pero, como Juan Pablo II alguna vez negó el infierno, entonces, quizás ya estemos castigados en vida y nuestros descendientes también pagarán por nosotros.
¡Que el Señor nos bendiga! Mi mamá hubiera tenido razón, ¡me metí en camisa de once varas!
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