Mi primera bicicleta

Cada fin de año, los papás y las mamás se enfrentan a un dilema de cómo mantener contentos a sus hijos y explicarles que, a pesar de la difícil época, el Niño Dios y Papá Noel siguen siendo generosos.

Bicicleta y Navidad

Recuerdo con nostalgia las navidades cuando esperaba con ansiedad un juguete. Algunas veces en mi casa pasábamos dificultades económicas y los hijos no obteníamos lo que pedíamos, pero mis padres y mis abuelos inventaban lo que fuera para darnos felicidad.

De pequeño siempre tuve la ilusión de recibir una bicicleta. Cuando acompañaba a mi mamá a hacer compras, idealizaba tener una de las que, resplandecientes, exhibían en las vitrinas de los almacenes especializados de la ciudad.

Fantaseaba con recorrer las lomas del vecindario, realizando piruetas y presumiendo a los amigos. En aquel tiempo, al acercarse la navidad, mi vida giraba en torno a esa fantasía. No dudo que mis papás hicieron todo lo posible para complacerme, pero varias nochebuenas fueron muy pobres en la familia.

Recuerdo con nostalgia en especial una navidad, cuando fui sorprendido con el regalo ansiado. Pero ésta no era la soñada, sino un pequeño juguete de plástico que integraba la figurita del ciclista con el aparato, el cual cabía en la palma de mi mano.

Muy serio, mi papá me dijo que era mi primera bicicleta, pero que yo mismo podría conseguir, con mi esfuerzo, la real. Me abrazó y sonrió con la confianza de haber cumplido su cometido.

Fue un apretón amoroso, desacostumbrado en él. Aunque en ese momento me embargó el desencanto, al pasar los años supe que el mejor regalo que mi papá me dio en todas las navidades fue esa lección.

Esforzándome, vendí mangos que recogíamos con mi hermana Analuz en los árboles del barrio; escribí y actué obras teatrales escolares y alquilé a los vecinos, por 20 centavos, una hoja que yo mismo redactaba con noticias locales, logrando reunir el dinero para comprar una bicicleta usada que un vecino vendía.

La disfruté rememorando la simbólica bici que recibí en aquella navidad nostálgica. Seguramente este fin de año para muchos será difícil por causa de la crisis económica mundial, o porque están desempleados, o los sueldos aumentaron poco o nada.

Es probable que no les alcance el dinero para darse gustos. Ante esta realidad, les sugiero ignorar el bombardeo propagandístico de los comerciantes que seducen a los niños para que convenzan a los padres de obsequiarles, por lo general, productos innecesarios e inútiles.

Cada fin de año, los papás y las mamás se enfrentan a un dilema de cómo mantener contentos a sus hijos y explicarles que, a pesar de la difícil época, el Niño Dios y Papá Noel siguen siendo generosos. Entonces, deciden trabajar más duro y el doble, para estirar el dinero o se endeudan para cumplir los sueños de ellos.

Desde mi infancia he vivido muchas fiestas abundantes, pero también se han repetido las que están colmadas de escasez.

Por experiencia sé que en las que faltan los regalos suntuosos y costosos, hay más felicidad, porque la sencillez y compañía proporcionan tiempo para abrazarse, conversar y recapacitar.

Reflexionemos que antes de dar cosas materiales, debemos entregar afecto. Este año, como el anterior, prometí no dar regalos a mis hijos, sino cariño y amor; ellos aceptaron mi propuesta con gratitud y desinteresados.

Sé que pasaremos un día feliz, celebrando el nacimiento de Jesús en Belén, porque en el futuro llegarán mejores nochebuenas.

Raúl Benoit
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Raúl Benoit

Periodista y escritor colombiano de origen francés. Se ha destacado en televisión latinoamericana, como escritor de libros y columnista de periódicos del mundo.

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