No es solo la pobreza que lleva a los menores de edad a caer en el infierno de la prostitución, sino la falta de valores morales y religiosos en familias, cuyos padres desamparan a sus hijos o los entregan por plata o los obligan a ir a las calles para que consigan dinero a cualquier costo.

Mientras mi camarógrafo grababa escenas para una historia en la plaza principal de Río Verde, pequeña ciudad de San Luís Potosí en México, una señora y su hija de 15 años se me acercaron preguntándome qué hacía ahí.
La mamá, tal vez desesperada por el futuro de su niña, después de enterarse de dónde venía yo, me ofreció sin recatos ni vergüenza que me llevara a la muchachita, que sonreía con aparente complacencia y sus ojitos se iluminaban de felicidad. De acuerdo a la señora, si su hija se quedaba en el pueblo terminaría haciendo parte de alguna red de prostitución.
Me contó que hombres armados compran o secuestran a jovencitas con el fin de llevárselas y prostituirlas en las grandes ciudades. Supe que eso mismo sucede en otras zonas indígenas y campesinas de México.
Las cifras reales de la prostitución infantil en América Latina son difíciles de calcular porque esas mafias operan de manera muy secreta, pero un dato genérico sobre niños que trabajan en las calles, de los cuales muchos se prostituyen, se estima en 40 millones en todo el continente.
De acuerdo a la Unicef, Colombia es uno de los países que lidera el delito de la prostitución infantil. Por lo menos 35 mil niños y niñas son obligados a prostituirse y en ciertos casos los propios padres los entregan a los proxenetas o los dan como parte de pago en extorsiones de los grupos armados.
México pudiese llegar a 20 mil niños y adolescentes esclavizados sexualmente, una cifra que parece baja frente a la cruel realidad que se ve en las calles de la capital, donde cientos de jóvenes de ambos sexos ejercen la prostitución a la vista de las autoridades.
Hoy día, ciertos operadores de viajes en países de Centroamérica como Nicaragua, Guatemala, Honduras y El Salvador, ofrecen paquetes de turismo sexual que incluyen la opción de solicitar servicios con niños y niñas, como ocurre desde hace varios años en Cancún, Puerto Vallarta y Acapulco.
Pero, existe otro grave problema detectado por las autoridades. Las víctimas son llevadas hasta México y a los Estados Unidos, después de ser engañadas y raptadas en países de Centro y Suramérica. En julio pasado, el FBI desarticuló una gigantesca red de prostitución infantil, que operaba en 70 ciudades estadounidenses, rescatando a 105 menores.
Se calcula que los beneficios económicos por este delito son superiores a las ganancias que deja el narcotráfico.
La complicidad e inmoralidad de algunas autoridades y de operadores turísticos y hoteleros que ofrecen planes “con todo incluido”, rebasa los límites de la ética, la moral y el respeto por las personas. No debemos olvidar que la prostitución infantil es una grave violación de Derechos Humanos.
No es solo la pobreza que lleva a los menores de edad a caer en ese infierno, sino la falta de valores morales y religiosos en familias, cuyos padres desamparan a sus hijos o los entregan por plata o los obligan a ir a las calles para que consigan dinero a cualquier costo.
También muchos de estos niños son infelices, huyen de hogares disfuncionales o rotos y caen en la drogadicción. Eso permite que las mafias de pornografía y prostitución infantil los recluten fácilmente porque son vulnerables en las calles.
Vivimos en una sociedad enferma, pero, lo peor, indiferente y despiadada, que no cuida a sus niños ni adolescentes como es obligación hacer.
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