
Hoy no hay caballeros. Los hombres no ayudan a las damas a salir de un vehículo y tampoco le acomodan el asiento en un restaurante o le abren las puertas o las asisten en momentos difíciles.
Un amigo estornudó en mi cara y después de deslizar por su nariz la base blanda del dedo pulgar, dudosamente limpia, me estiró la mano y me saludó. Por pura cortesía respondí, pero esta pequeña equivocación rompió con una norma de urbanidad: no dar la mano cuando se está resfriado y no estornudarle encima a la gente.
Esto me hizo reflexionar sobre la educación y la buena conducta. Empecé a resumir los eventos que cotidianamente veo y quedé espantado porque comprobé que murieron los buenos modales.
Cuando cursé primaria, era obligatoria la materia de cívica y urbanidad y la lectura exigida fue “El Manual de Carreño”, escrito en 1853, por el venezolano Manuel Carreño. Pocos conocen el librito aquel porque esos asuntos parecen abochornar a la gente de hoy día e ignoran qué es civilidad.
El Manual es extenso para reproducirlo, pero escogí algunos hábitos de mal gusto: comer ruidosamente haciendo gestos exagerados; introducir pedazos de comida grandes a la boca; fumar en la calle o hacerlo sin haber pedido permiso a los presentes; morderse las uñas o cutículas; hurgarse la nariz con un dedo o cualquier otro objeto.
Carreño y su lección de urbanidad es del pasado y aplicarla produce escalofríos a muchos.
Pocos respetan a las personas mayores y llegan a burlarse por su edad. He visto jóvenes dirigiéndose a los adultos con tono despectivo y ofensivamente, como si ser viejo fuera pecado o portador de una enfermedad contagiosa.
Cierta vez escuché a un conductor gritarle a un anciano: “¡Viejo cacreco, váyase al cementerio!”, porque él apenas podía cruzar la calle con su paso medroso, llevando consigo el peso de los años.
Hoy no hay caballeros. Los hombres no ayudan a las damas a salir de un vehículo y tampoco le acomodan el asiento en un restaurante o le abren las puertas o las asisten en momentos difíciles y mucho menos ceden el puesto en el metro o el bus.
En los centros comerciales he visto a mujeres cargando un bebé, la maleta de los teteros y paquetes de compras y sus maridos caminando adelante con desdén. Una amiga me dijo que la culpa la tienen las propias mujeres con ese asunto de la “liberación femenina”: “pretendemos ser independientes y autosuficientes”.
Las personas hablan por celular en altavoz, porque es símbolo de importancia y algunos escupen en la calle, sin afectarles que es una costumbre asquerosa. Otros se rascan los genitales y alegan que es por hombría y he visto a mujeres famosas sacarse en público el calzón de su fondillo. Algunos, más cochinos aun, utilizan el ascensor o los sitios cerrados para descargar con placer y malicia los gases de una mala digestión o dejan pegado, como si fuera arte vanguardista, una secreción nasal que restriegan con deleite en la pared, denotando su incultura y ningún talento artístico.
Hace poco vi cómo un chofer se alteró porque un par de peatones distraídos lo hicieron demorar dos segundos e intentó arrollarlos con su carro. Ceder el paso a otros vehículos es sinónimo de debilidad y aventárselo a los peatones o los ciclistas, es un deporte. Hacer sonar la bocina cerca del transeúnte es diversión, seguido por una carcajada, a manera de gracia.
Lanzar por la ventanilla del carro las bolsas de hamburguesas vacías y los vasos de refresco o pañuelos desechables sucios, son actos comunes, como ver una mujer pintorretearse mientras conduce un carro por una congestionada avenida.
A veces me siento anacrónico tratando de preservar las buenas costumbres. Dicen que soy un “quejón”, porque vivo preocupado por eso; exijo el respeto a los demás y practico ser cortés con las mujeres y con los mayores de edad.
Carreño murió en París en 1874 y 133 años después, sucumbieron sus recomendaciones de ser educados, higiénicos y considerados.
No por llevar la contraria sino por convicción, seguiré siendo anacrónico y pasado de moda, porque el ser amable y respetuoso, no me hace menos hombre, sino todo lo contrario y así le enseño a mis hijos que se comporten. Si cumplen la regla, serán parte de otra orgullosa generación de pasados de moda.
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