La solidaridad debe comenzar en casa, como el mismo Francisco viene diciendo desde que, en marzo, asumió el papado. Los sacerdotes tienen la obligación de adaptarse a esta nueva era de conducta.
El rostro jovial y la energía de Jorge Bergoglio, a pesar de los 77 años, proyecta una nueva cara de la Iglesia Católica, haciendo resurgir la fe en almas incrédulas.
Por otro lado, es gratificante el civismo: Dar información correcta a la persona que requiera ayuda; facilitar el paso a quien lo pida aunque lo haga de mala gana (al final lo que debe importar es nuestra buena acción); ceder el asiento a las damas o abrirles la puerta del auto; ayudar a los ancianos y respetarlos por su edad a pesar de sus caprichosos; saludar, decir buenos días, buenas tardes, en especial a los compañeros de trabajo o de estudio, con quienes compartimos la mayor parte del tiempo cotidiano. Hay jefes que llegan por las mañanas sin gesticular una sola palabra, siendo un mal espejo para los subalternos.
Ratzinger habría hecho elaborar un informe ultra secreto y el resultado fue la gota que rebosó la copa. Al parecer, el papa no pudo soportar ni limpiar la suciedad y prefirió dejar en la conciencia de los cardenales, muchos de ellos manchados por la inmundicia, resolver el futuro de la Iglesia. Roguemos que si existe el documento revelador sea decisivo en la escogencia del nuevo papa.
Hay quienes estimulan a los niños para que se conviertan en los amos del consumismo. Al ser cómplices de esa perversidad, forman generaciones frías de espíritu, que lo único que desean es lo material.
Nunca cuestionamos la diferencia entre Papá Noel (Santa Claus) y el niño Dios. Mientras algunos amigos esperaban al barba blanca, influenciados por la costumbre de los Estados Unidos, nosotros le teníamos fe al pesebre, los pastores y los Reyes Magos.
A la mañana siguiente investigué sobre los daños fisiológicos que produce la carne roja. Estudios aseguran que las personas que la comen moderadamente unas 3 veces por semana, intoxican el cuerpo obligando a los órganos a hacer un mayor esfuerzo.
La promesa para muchos incautos es que el poder del dios ofrecido por esos pastores, que suplanta al Dios verdadero, extirpa a satanás del cuerpo. Aseguran que todo lo padecido por el hombre, no son enfermedades, ni secuelas de errores de la vida o simplemente accidentes, sino culpa del demonio, un mal de ojo o la mala suerte.
La culpa de la crisis que vive la Iglesia no es de Dios, es de la debilidad humana que los lleva a pecar para saciar la complicidad y la ambición de poder. La cobardía terrenal de la jerarquía que oculta a los pecadores de su propia Iglesia surge, no por guardar la fe a Dios, sino para no perder sus privilegios y porque algunos de esos protectores también guardan pasiones bajo la sotana.
Cuando le comenté mi desconcierto al narrador taurino, me preguntó con burla si yo sabía cómo mataban las reses del churrasco que me comí en el restaurante. Efectivamente, en muchos países de Latinoamérica, los mataderos sacrifican con crueldad a los animales que consumimos como alimento, pero eso no es pretexto para mortificarlos en medio de loas y licor.
Los hombres berreamos por “cosas de machos”, asegura la tesis de marras. Donde hay compasión y solidaridad ahí lloramos. También en situaciones que afectan la integridad de las personas, el fin de una relación e incluso una historia dramática de cine o televisión.