Nicolás Maduro, gobernante de Venezuela, es un humorista nato, pero él no lo sabe y tampoco lo reconocen los millones de venezolanos que lo siguen ciegamente y creen que él habla en serio.
Revolcándose en la tumba debe estar el Libertador Simón Bolívar, al saber que su ideal fue usurpado por una manada de lobos hambrientos de poder y dinero.
Maduro, asustado por lo que ve: un pueblo rabioso y ricos y pobres descontentos (no todos comen cuento comunista), le echa la culpa al candidato opositor Capriles y a los medios de comunicación de ser responsables de los muertos y heridos en la protesta del lunes 15 de abril, cuando muchos venezolanos sospechan que fueron las milicias bolivarianas.
Todos sabemos las tretas usadas en el pasado para llegar a este punto. Desde que asumió su primer mandato en febrero de 1999, elegido por el pueblo que confió en él cansado del pillaje de una clase dirigente corrupta, Chávez fue tejiendo la red para no volver a entregar la presidencia. Escribió su propia constitución y se apoderó de los puestos más vitales del gobierno, usando la democracia como método y escudo, lo cual permitió que se atornillara al poder.